- Desde hace más de dos décadas, en la costa norte del país ya no se tala y las familias optaron por negocios sustentables en armonía con el ecosistema.
- Esto sucede en la comunidad de Tongorrape, en la región de Lambayeque, donde producen y comercializan miel orgánica, algarrobina y mermeladas de mamey.
- Veinte años atrás, apenas el 20 % de sus montañas poseía cobertura vegetal, pero tras un proceso de reforestación más del 60 % de la localidad está cubierta por bosque.
- Esta experiencia fue replicada por comunidades vecinas y llevó a la creación de un Área de Conservación Regional para proteger a la pava aliblanca, una especie endémica del bosque seco de la zona y en peligro de extinción.
Cada vez que José Orellano salía con la ronda campesina a parar a los vecinos que talaban el bosque, volvía a su casa con más preguntas que respuestas. “No tengo trabajo, mis frutas las vendo barato. ¿Qué alternativa me dan?”, le decían los taladores. El caserío de El Choloque está ubicado en la comunidad campesina de Tongorrape, en la región de Lambayeque, en pleno ecosistema de bosque seco en la costa norte de Perú. Allí, durante décadas la tala fue la opción económica más rápida.
Orellano cuenta que las familias vendieron miles de pies cúbicos de madera de los palo santo (Bursera graveolens), hualtacos (Loxopterygium huasango) y algarrobos (Prosopis spp) como insumos para producir cajones de frutas, parquet y carbón vegetal.
Al notar que con el paso del tiempo su hija tenía menos sombras para jugar en el campo, entendió que a ese ritmo se estaban quedando sin bosques y agravando su pobreza. El primer paso, a inicios del año 2000, fue la creación del comité de protección, que patrullaba para intentar persuadir a la gente para que no corte más árboles. Sin embargo, las preguntas provenientes de las carencias estructurales de su comunidad seguían ahí.
Las respuestas las fue dando el bosque. Las colmenas de abejas que se formaban en los palo santo y pasallos (Eriotheca ruizii) asomaron como una oportunidad de negocio. Si ya algunas familias producían miel para el autoconsumo, ¿por qué no probar vendiéndola? En 2002, un grupo de familias extaladoras conformó la Asociación de Protección de los Bosques Secos (Asprobos) con el propósito de aprovechar los recursos del bosque sin degradarlos.

Con el apoyo de fondos internacionales y subsidios, esta iniciativa, que ya lleva más de dos décadas de trabajo, generó un negocio sustentable de productos orgánicos y recuperó la cobertura forestal en su territorio. El interés ambientalista se fue esparciendo a comunidades aledañas que ven en el trabajo de los campesinos de Choloque un modelo de conservación a seguir.
Era necesario tomar acciones ante la crítica situación. De acuerdo con datos del Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (Serfor) y de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), sólo en Lambayeque se pierden aproximadamente 7000 hectáreas de bosques secos al año. “A este ritmo, si es que no se trabajan estrategias, en veinte años no habría más algarrobo”, dice el ingeniero forestal Manuel León, quien ha brindado apoyo técnico a Asprobos.
Según el Ministerio de Ambiente (Minam), la mayor extensión de los bosques peruanos (94 %) se encuentra en la Amazonía y la ingeniera forestal Patricia Medina, una de las coordinadoras del Proyecto Bosque Seco del Minam, refiere que, por ello, existe una mayor atención a ese ecosistema. Sin embargo, la franja costera del norte, territorio de los bosques secos, también es refugio de importantes especies endémicas como el gavilán dorsigris (Pseudastur occidentalis), el pitajo tumbesino (Ochthoeca salvini) y el copetón rufo (Myiarchus semirufus), que la convierten en una zona única. “Es un hot spot de aves”, indica la especialista.
El mantenimiento de los bosques secos también resulta clave para la disponibilidad hídrica de los habitantes, que acceden a agua para consumo humano a través de pozos. Una buena cobertura boscosa retiene el agua en capas más superficiales, haciendo viable su aprovechamiento. “Si extraemos más bosques, el agua se profundiza y es más caro perforar pozos, afectando la disponibilidad”, explica Medina.
En las últimas décadas, además de la tala, el crecimiento desordenado de la agroindustria y los proyectos inmobiliarios contribuyeron a la degradación de más del 90 % de los bosques secos nativos, según cifras de la organización Fondo de Promoción de las Áreas Naturales Protegidas del Perú (Profonanpe). “Prácticamente solo lo que está en las áreas naturales protegidas conserva sus características originales”, dice Medina, quien valora la aparición de iniciativas como Asprobos, que emergen de la sociedad civil.

Economía verde
Tan pronto se conformó Asprobos, las familias de Choloque decidieron presentarse a una convocatoria del Programa de Pequeñas Donaciones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) que buscaba impulsar experiencias de manejos sostenibles en los bosques.
Fue un aprendizaje acelerado de gestión. Nunca habían escrito un proyecto ni manejado cuentas. Sin embargo, el entusiasmo y la expectativa vencieron las carencias. aron a especialistas como Patricia Medina para identificar cuáles eran las actividades que podrían tener un mayor crecimiento económico.
Probaron con café, lentejas y maíz, pero decidieron trabajar con la miel de las abejas que siempre había estado ahí. Los recursos del programa les permitieron entregar colmenas a una veintena de familias asociadas y sentar las bases de un proyecto de apicultura orgánica. “El comunero comenzó a ver que ese bosque que antes talaba le estaba sirviendo para generar ingresos a través de la cosecha y venta de la miel”, recuerda José Orellano.
El puñado de familias que inició el proyecto se fue engrosando con el pasar de los años. Actualmente son más de 60 las que trabajan en tareas de la asociación. A la par, el flujo comercial fue aumentando. Frente a las 20 colmenas iniciales, hoy cuentan con 600. En un escenario de regular floración, cada colmena produce un promedio de 30 kilos de miel en los meses de abril, mayo y junio.

El desarrollo de la economía familiar trajo también oportunidades para las mujeres de la comunidad, que hasta entonces estaban abocadas a las tareas domésticas. Después de ser capacitadas por técnicos, empezaron a producir mermeladas de mamey y algarrobina. Incluso, las más chicas de las familias acompañaban a sus madres en las tareas.
“Todo era artesanal, rústico”, recuerda Gina Orellano, hija de José, quien a inicios de 2002 apoyaba en algunas tareas al salir del colegio. Comenzaron moliendo la pulpa con ralladores de cocina, pasaron por los molinos manuales y hoy cuentan con instrumentos eléctricos que les permiten efectivizar el trabajo. Como producto final ofrecen mermeladas en presentaciones de un cuarto y medio kilo. El impacto en la economía local es inmenso, dice Gina.
“Antes por un saco de 80 kilos de mamey nos daban 30 soles (8 dólares). Con ese saco produciendo mermeladas estamos sacando un promedio de 1000 soles (270 dólares)”, dice José Orellano, haciendo números rápidamente.
En las chacras también se dieron cambios importantes. Se dejaron los cultivos temporales como el maíz y las leguminosas, y se priorizó la producción de mango. Desde Asprobos se entregaron plantines a las familias. A los dos años, los agricultores comenzaron a tener cosechas y a generar ingresos. De este modo, más familias de El Choloque fueron abandonando la tala.
A pesar del éxito en la producción sostenible de mango, en los últimos años la variabilidad climática amenaza esta actividad. El retraso de la floración de los frutales, por lluvias intensas o exceso de calor, alteró los cronogramas de las zonas productoras del norte del país. “Antes, desde Tumbes hasta Áncash se producía de forma escalonada. Con los cambios de clima, ahora estamos produciendo las tres zonas a la vez y eso complica la comercialización”, explica Orellano.

Los árboles vuelven a emerger
A la par de la generación de negocios sostenibles, los socios de Asprobos buscaron recuperar los terrenos que años atrás habían degradado. El verdor actual de las lomas Facunda y Diana parecía impensable a inicios de siglo, cuando toda la zona parecía un desierto. Gina Orellano recuerda que, entre 2003 y 2004, las familias empezaron a ir cada domingo a las lomas peladas para sembrar semillas de algarrobos. Eran jornadas largas, donde gran parte de la comunidad participaba y sólo eran interrumpidas para almorzar.
La ingeniera Patricia Medina también participaba con su familia en las tareas de reforestación. “Íbamos con los comuneros a las lomas y veíamos qué especies faltaban y cuales necesitaban protección. Las contábamos, medíamos y luego sacábamos resultados. Así surgieron los primeros inventarios”, cuenta la especialista.
Los datos del primer inventario, realizado en 2003, evidencian los niveles de degradación en que se encontraban los bosques. Apenas el 20 % de la loma Diana poseía cobertura vegetal, mientras que en Facunda la situación era más crítica, ya que solo en el 8 % de su extensión había árboles. El escenario era similar en el resto de las 700 hectáreas que conforman Choloque.
A partir de ese crudo diagnóstico, se intervinieron más de 500 hectáreas de bosque (sin contar los territorios de los predios familiares) con plantaciones forestales de especies nativas como algarrobo, faique (Acacia macracantha), palo verde (Parkinsonia aculeata), charán (Caesalpinia paipai) y zapote (Quararibea cordata). Se sembraron más de 1000 árboles.

Diez años después, en 2014, casi el 50 % del territorio de Choloque poseía cobertura vegetal. Actualmente, José Orellano mira contento un paisaje recuperado, mucho más verde que dos décadas atrás, cuando sembraron los árboles que ahora les dan sombra.
Durante el crecimiento, para proteger los arbustos de ataques de ganado o lluvias intensas se colocaban ramas de overo a su alrededor. Era tal el grado de concientización que, más de una vez, la comunidad priorizó su apuesta por la conservación y sacrificó el beneficio económico. “Después de que hicimos unos estudios se identificó que se podía sacar madera de hualtaco mediante un plan de manejo. Sin embargo, la asociación se opuso porque dijeron que si lo hacían iban a mostrarse nuevamente como taladores”, cuenta Medina.
“La recompensa de todo eso es ver un paisaje muy bonito, con un ambiente más fresco”, agrega Gina Orellano, quien estudió Industrias Alimentarias y volvió al caserío para implementar sus conocimientos en el campo.
Los campesinos refieren que, a diferencia de los años 90 —cuando más de la mitad de los territorios lucían degradados— hoy las 700 hectáreas del caserío El Choloque gozan de buena salud.
En 2010, una comitiva de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) visitó la experiencia desarrollada en el caserío. Al ver los logros incluyó a Asprobos en una selecta lista de experiencias exitosas de manejo de bosques comunitarios en Latinoamérica.
En 2023, la asociación fue seleccionada dentro de las 500 experiencias Premios Verdes, distinción que reconoce a los proyectos que fomentan el desarrollo sostenible y responsable en Latinoamérica.

Un hogar para conservar
Desde el primer proyecto apícola, los comuneros de Choloque entendieron que para garantizar la recuperación del bosque, también había que ir por fuera de sus límites. “Donde queremos llegar es allá arriba (a la cima de las montañas), al monte, donde se genera el agua que viene a nuestras parcelas”, le decían los primeros dirigentes de Asprobos a Medina.
Las familias de este caserío habían demostrado que la conservación sustentable era posible. Los vecinos fueron dejando los machetes y las hachas y empezaron a escuchar sus experiencias. A partir de 2010, Asprobos fue replicando su trabajo en los caseríos de El Cardo, Yocape, Marripón e Higuerón, reduciendo la presión sobre los bosques secos de Tongorrape.
Los trabajos de reforestación empezados en Choloque se repitieron en los otros puntos y las comunidades estiman que cerca de 6000 hectáreas de bosques en Tongorrape han sido restauradas.
Haciendo un trabajo de campo personalizado, de campesino a campesino, llegaron hasta las partes altas para asegurar el mantenimiento de las fuentes de agua que irrigan todo el valle. Propusieron mejorar técnicas de ganado para no dañar los jagueyes (pozos naturales donde se almacena agua de lluvia o filtraciones subterráneas), que iban a abastecer los canales que llegarían a las parcelas.
“La sensibilidad hacia el bosque que transmitían a cada comunidad, hizo que se despertara ese deseo de conservar los bosques más prístinos, donde aún había pava aliblanca (Penelope albipennis)”, cuenta Medina.


Esta ave tiene uno de sus últimos refugios naturales en esta zona de Lambayeque. Según la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), se encuentra en la categoría En Peligro. Las comunidades impulsaron, desde 2009, la creación de un área protegida. José Orellano, junto con otros socios, asistieron a diversas reuniones para sustentar el proyecto ante funcionarios regionales y nacionales. Finalmente, el 22 de junio de 2011 se creó el Área de Conservación Regional Moyán – Palacio.
El ingeniero Manuel León, desde la Gerencia Regional de Recursos Naturales y Gestión Ambiental de Lambayeque, acompañó de cerca el proceso. “En esta zona las iniciativas vienen de las comunidades, que buscan contrarrestar las causas de la degradación ambiental”, sostiene.
León refiere que la instalación del área protegida no sólo garantiza la conservación de especies forestales y de fauna representativas, sino que también beneficia a las comunidades aledañas. Las pone en el radar de los gobiernos locales, siendo las primeras opciones donde se impulsan prácticas compatibles con el cuidado del ecosistema. “Por ejemplo, otorgamos ganado ovino, capacitando a las familias en un manejo regulado en corrales. Dio resultados, mantienen la armonía con la conservación”, explica.
El éxito de estos procesos de producción sostenible ha sido tal que el lugar de procesamiento de los productos que obtienen del bosque ha quedado chico para la demanda que tienen sus productos. Al año venden más de 1000 kilos de mermelada de mamey y las ventas anuales de miel pueden alcanzar los 3000 kilos, aunque advierten que la introducción de miel adulterada en el mercado nacional les provoca una competencia desleal.

Los 63 socios que actualmente conforman Asprobos apuntan a seguir ampliando la comercialización de sus mermeladas, miel y algarrobinas. Participan regularmente en ferias de las principales ciudades de su área (Lambayeque, Chiclayo, Cajamarca) e incluso tienen clientes en Lima y otras partes del país, donde abastecen tiendas comerciales y bodegas.
Gina Orellano cuenta que está próxima a salir la certificación de la miel orgánica que los posicionaría mejor en el mercado nacional. La próxima meta es la instalación de una planta de procesamiento mejorada.
Por lo pronto, siguen trabajando con ahínco y esparciendo sus conocimientos y vivencias a otras comunidades y estudiantes universitarios que también llegan al caserío atraídos por el verdor regenerado en sus bosques, adonde también han vuelto las ardillas y las iguanas. En El Choloque, el sonido de la motosierra ya es un viejo y no grato recuerdo.
*Imagen principal: Tras el nacimiento de Asprobos, los comuneros de Choloque dejaron las motosierras y las hachas para dedicarse a la apicultura como un negocio sostenible y amigable con el ambiente. Foto: cortesía Asprobos