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Cómplices de la Amazonía: mujeres kichwa de Ecuador se aventuran en la búsqueda de semillas para diversificar la selva 715m2u

  • En el Pueblo Kichwa de Sarayaku, un grupo de mujeres tiene el objetivo de reforestar su territorio con 180 000 plantas.
  • Hasta el momento, han sembrado cerca de 90 000 y junto a abuelos, sanadores y agricultores elaboraron una lista de 127 plantas que por el sobreuso o el cambio de formas de vida son cada vez más escasas.
  • Una vez que germinan, las siembran en viveros comunitarios, senderos, espacios públicos y escuelas para que los habitantes se beneficien de sus frutos y servicios.
  • Con este proyecto buscan fortalecer la soberanía alimentaria, recuperar la biodiversidad y aplicar medidas para adaptarse al cambio climático.

Bajo las copas de los árboles de la Amazonía ecuatoriana, cuatro mujeres kichwa recorren la selva. Entre helechos, troncos de árboles, arbustos, ramas y hojas secas, reconocen plantas de hasta 30 centímetros de altura que sembraron hace unos meses. Los pequeños guabos (Inga edulis), cacaos silvestres o ahuanos (Swietenia macrophylla) son parte de la esperanza de soberanía alimentaria, recuperación de la biodiversidad y regulación climática que el Pueblo Kichwa de Sarayaku está sembrando. 4q4j56

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“El proyecto me ha abierto los ojos, me ha hecho reconocerme como mujer indígena”, asegura la monitora de reforestación Gabriela Santi. La acompañan las también monitoras María Malaver, quien sostiene una plántula de coco en sus manos a lo largo del recorrido, y Marina Aranda, quien se protege de la lluvia con una gran hoja del bosque. Con ellas también está la coordinadora del proyecto, Sabine Bouchat, una agrónoma belga que formó su familia aquí hace más de treinta años.

Las mujeres se adentraron en la selva en búsqueda de las semillas. Foto: equipo de comunicación del proyecto de reforestación

La iniciativa empezó en abril de 2024, con el objetivo de sembrar 180 000 plantas. Un equipo de Mongabay Latam visitó Sarayaku en mayo de 2025 y hasta esa fecha se habían sembrado cerca de 90 000. Después de caminar por los senderos donde están sembradas algunas de las plantas y visitar uno de los viveros, el grupo de mujeres llega al centro del pueblo para descansar y conversar sobre su trabajo.

Aunque las siete comunidades que conforman el pueblo están rodeadas por un denso bosque, muchas especies están desapareciendo de las cercanías de los hogares y cada vez hay que internarse más en la selva para encontrar maderas, palmas, frutos o medicinas, cuentan las mujeres.

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Plantas de shiwa muyu, conocido como ungurahua, crecen en el vivero. Foto: Ana Cristina Alvarado

Algunas maderables se volvieron escasas por la tala destinada a la construcción de hogares e infraestructura. Los frutales también se fueron agotando poco a poco. Otras plantas se recolectaron masivamente durante la pandemia de COVID-19 para preparar remedios tradicionales. Por eso, se planteó una reforestación “inteligente”, de acuerdo con Bouchat, que apunta a proteger las especies que estarían en riesgo de desaparecer.

El Colectivo de Mujeres Amazónicas ideó el proyecto junto a la organización internacional Women’s Earth and Climate Action Network, que se comprometió a entregar un dólar por cada árbol sembrado. El presupuesto permite comprar insumos y también pagar al equipo que hace posible la reforestación, que está conformado casi en su totalidad por mujeres jóvenes.

María Malaver, Gabriela Santi y Marina Aranda deshierban el vivero. Foto: Ana Cristina Alvarado

Una selva cultivada con memoria 595w1m

Sarayaku está asentado en el curso medio del río Bobonaza y se extiende a lo largo y ancho de 144 000 hectáreas. El 96 % de ese territorio está conservado y solo el 4 % restante ha sido usado para el levantamiento de las comunidades.

El proyecto arrancó con un taller de dos días que reunió a sabias, médicos tradicionales, estudiantes, abuelas y agricultores. Los asistentes recordaron que en el pasado, las chacras familiares tenían mucha más diversidad y concluyeron que ciertas especies de frijoles, tomates y cebollas desaparecieron. Las 87 variedades de yuca identificadas aquí también podrían correr el mismo peligro si no se toman medidas.

En la celebración de Pachamama, realizada a inicios de mayo, entregaron plantas a del pueblo. Foto: equipo de comunicación del proyecto de reforestación

Las madres eran las guardianas de la biodiversidad, pero a medida que las mujeres se involucran en la dirigencia y asumen roles como profesoras o enfermeras, tienen menos tiempo para dedicarle a la chacra. Este proyecto no busca volver a encasillar a las mujeres, sino crear viveros comunitarios para rescatar semillas y compartirlas con las familias que las requieran. Bouchat no descarta que a futuro se busque la certificación orgánica para algunas semillas, con el fin de que traspasen las fronteras de Sarayaku.

La reforestación incluye especies silvestres, como el guayacán (Handroanthus chrysanthus). Bouchat señala que este manejo de la selva no es nuevo. Hay teorías científicas, explica, que señalan que la selva amazónica se volvió biodiversa y exuberante por la intervención humana. “El ser humano y la Amazonía son cómplices”, asegura.

Las formas y colores de las semillas llamaron la atención de las monitoras. Foto: Ana Cristina Alvarado

Otra diferencia es que en el pasado, las familias kichwas no permanecían en un solo asentamiento como en la actualidad. Sembraban su chacra en un punto y mientras esta producía, se movían hacia otra zona en donde ya podían cosechar los productos. Los abuelos cuentan, dice Bouchat, que no eran nómadas como tal, pero sí rotaban entre unos dos sitios, permitiendo que la selva se regenere.

Volver a tener grandes árboles valiosos por sus maderas o sus frutos tomará tiempo, pero haber iniciado el proyecto ya es fundamental para el grupo de monitoras. Y citan un ejemplo: cada vez están más cerca de ver los resultados del jardín botánico Sacha Ruya, un proyecto que la Asociación Atayak empezó hace 20 años. Ahora hay 200 000 wayuris (Pholidostachys synanthera) –una palma usada para techar las casas– para ser cosechados.

La monitora Gabriela Santi limpiando una de las plantas. Foto: Ana Cristina Alvarado

Estas iniciativas se refuerzan en las aulas escolares. Los niños reciben información sobre la importancia de plantar tantas o más especies como las que toman para los usos cotidianos.

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La aventura de buscar semillas en el monte 2624k

Una vez que tuvieron la lista de todas las semillas y plantas que tendrían que conseguir, construyeron los viveros y los prepararon con abono natural de troncos podridos. Bouchat aclara que se trató de que, en lo posible, todo sea natural. Usan herramientas tradicionales, como palas y carretillas.

Las monitoras son expertas en reconocer las especies del bosque. Foto: Ana Cristina Alvarado

Con canastas de fibras naturales y machetes, las monitoras caminaron por varias horas selva adentro para recoger semillas. Les acompañaron recolectores y una persona con conocimiento del bosque, de las rutas, pero también de los riesgos. En el camino, entre lodo en el que se hunden las botas de caucho y pendientes que obligan a bajar el ritmo, hallaron serpientes y todo tipo de aves. En Sarayaku se han identificado al menos 118 especies, incluyendo el águila arpía (Harpia harpyja) y la pava amazónica (ope jacquacu).

Las semillas más difíciles de encontrar fueron las del ahuano y las del guayacán. Las hallaron en las zonas más distantes y de difícil . Otras no fueron tan esquivas, pero los ancianos tuvieron que involucrarse para identificarlas: se trataba del hachakaspi (Aspidosperma sp.) y del challwakaspi (Goeppertia standleyi). Las monitoras se sorprendieron con las formas y los tamaños de algunas semillas. Gabriela Santi describe las semillas del chuncho, un árbol maderable, y del cedro como “alitas de insectos”.

En lugar de bolsas plásticas, usaron hojas de gradúa para transportar las semillas. Foto: equipo de comunicación del proyecto de reforestación

Cuando fue posible, usaron hojas de guadua para envolver y transportar las semillas, disminuyendo el uso de plásticos y otros materiales contaminantes.

Ya en los viveros, empezó la etapa de la germinación. Marina Aranda explica que algunas plantas medicinales y frutales germinan rápido y en menos de un año ya dan sus frutos, como el jengibre (Zingiber officinale) o el ají (Capsicum annuum). Mientras tanto, las palmas tardan un año en brotar y ciertas maderables pueden demorarse hasta dos años.

María Malaver aprende de su padre, un médico ancestral que le cuenta los secretos de las plantas. Parte de su labor como monitora es documentar las formas y tiempos de germinación e investigar el nombre científico de cada especie, en kichwa y en español.

María Malaver, en el centro de Sarayaku, sostiene una plántula de coco. Foto: Ana Cristina Alvarado

Sembrar para el futuro 4p5u1r

Los puntos de siembra se deciden junto a los dirigentes de cada comunidad. Se eligen puntos estratégicos, de acuerdo al servicio o producto que ofrece cada planta. Las medicinales y de ciclo corto se siembran en los viveros para facilitar su cuidado.

Las maderables se están sembrando en las cercanías de las comunidades y en los senderos que las conectan para brindar la fresca sombra que ofrecen los árboles en los días soleados y tener más cerca maderas que se usan en la construcción. Los frutales se siembran en los alrededores de las escuelas para que los niños crezcan con una variedad de frutas a su disposición y los adultos sepan a dónde acudir cuando están en búsqueda de semillas para sus chacras.

La jayawaska, popularmente conocida como ayahuasca, es una planta considerada sagrada. Foto: Ana cristina Alvarado

Bouchat cuenta que todavía hay especies que no han conseguido y que probablemente tendrán que comprar en viveros en el Puyo, la capital de la provincia de Pastaza, que está ubicada a unas dos horas en río y otras dos horas por vía terrestre. Entre esas búsquedas están las plantas limpiadoras, que se planifica sembrar junto a los pozos sépticos, y especies que puedan ser sembradas en las orillas de los ríos para protegerlas de la erosión hídrica.

Para los kichwa de Sarayaku, el bosque no es solo un ecosistema, sino un ser vivo, sintiente y consciente, al que llaman Kawsak Sacha o Selva Viviente. Por eso, la reforestación busca restaurar el equilibrio del bosque, con el fin de que pueda seguir acogiendo con generosidad y gentileza a los seres humanos.

Aunque el verde domina en la selva amazónica, entre el follaje también hay otros colores. Foto: Ana Cristina Alvarado

A pesar de los esfuerzos de las integrantes del proyecto, hay mucho que se sale de sus manos. Los mayores les advirtieron que en agosto es la temporada de chonta (Bactris gasipaes), una palma que da un fruto apetecido por los amazónicos. Sin embargo, últimamente la fructificación se ha dado en otros meses. El cambio climático, dice Gabriela Santi, quien creció en la ciudad y volvió a vivir a Sarayaku hace tres años, hace cada vez más difícil seguir los tiempos de cosecha que les enseñan los mayores.

La meta es sembrar 180 000 plantas en el territorio. Foto: Equipo de comunicación del proyecto de Reforestación

Pero no se desaniman en la aventura de recuperar semillas, conocer sus tiempos y sembrar con esperanza para el futuro. Cuando el proyecto termine, habrán sumado 180 000 nuevas plantas a su territorio, que además de fortalecer la soberanía alimentaria y proveer de materiales y medicinas, contribuirán a captar los gases de efecto invernadero que están ocasionando el aumento de temperaturas y los fenómenos climáticos extremos. Con base en esta primera experiencia, el Colectivo Mujeres Amazónicas y Wecan llevarán el proyecto de reforestación a otras poblaciones de la Amazonía ecuatoriana.

Foto principal: la meta es sembrar 180 000 plantas en el territorio. Foto: equipo de comunicación del proyecto de reforestación

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